martes, 26 de julio de 2011

LOS VALORES Y LA PERSONA HUMANA

En estos tiempos cuántas veces no hemos escuchado que estamos viviendo una pérdida de valores cuando constatamos que, de una u otra manera, en nuestra sociedad, existe un debilitamiento del respeto por la persona humana. Y es que los valores solo valen cuando sirven al bien de la persona. En realidad, lo que vivimos es una crisis de valores porque los hemos relativizado, es decir, se viven no de un modo objetivo sino según el parecer o los intereses de cada quien, de este modo terminamos por relativizar a la persona que es la dignidad más alta en cuanto ser trascendente, imagen y semejanza de Dios. Olvidar esto es perder el sentido de los valores. Los valores, pues, son en función de la persona.

Consideramos como valor aquello que ennoblece, que nos ayuda a llevar una sana convivencia con los demás y a crecer como personas, aún si ese valor nos lleva al sacrificio de la propia vida, siempre y cuando sea por una causa noble, es decir, cuando se persigue el bien de la persona. Es por los valores que una persona tiene principios y es fiel a ellos aunque a otros no les importe. Cuando los valores no se asumen se cae fácilmente en el fingimiento, se proyectan hacia fuera ciertos valores que no provienen del corazón, y a la menor oportunidad viene el ensañamiento. Es cuando aparece la hipocresía. Entonces, ¿de qué nos servirían la responsabilidad, la devoción, el orden, etc. si empezamos a juzgar o criticar a los demás tan solo porque no son como nosotros? ¿Acaso nos creemos mejores que otros?

En el plano religioso, Jesús fustigó duramente a los fariseos, a quienes llamaba hipócritas porque, a pesar de cumplir con las exigencias la Ley, con lo que se creían justos, eran indolentes con las personas que no podían cumplir como ellos. Y les reprochaba que descuidaban lo más importante de la ley: la voluntad de Dios, la misericordia y la fe (Mt 23,23; Lc 11,42). Por eso mismo, no dudó en justificar al publicano, quien sí reconocía sus pecados, frente aquel fariseo que se vanagloriaba de sus méritos y de no ser como los demás (Lc 18,9-14). Para el pueblo de Israel el cumplimiento de la Ley era estar en gracia de Dios, y algunos sectores creían que bastaban oraciones, ayunos y limosnas para quedar bien con Dios aunque fueran indiferentes con el prójimo. Los profetas condenaban esta actitud hipócrita. Uno de ellos fue Isaías, para quien Dios estaba harto de prácticas religiosas cuando no procedían de un corazón sincero, por ello exigía buscar el derecho, proteger al oprimido, socorrer al huérfano y a la viuda (Is 1,10-20). No hay valor que valga si se olvida el respeto por la dignidad de la persona humana. Y Jesús rescató a la persona poniéndola al centro de cualquier valor, así fuera la más pecadora.

Los valores bien asumidos no se fuerzan, se viven con gusto y desde la convicción, con total libertad. Por ellos damos a conocer lo que somos, lo que vivimos y lo que queremos llegar a ser, y por ellos seremos recordados aún después de nuestra vida como una huella imborrable. Los valores pueden perfeccionarse, hay que pulirlos constantemente porque su descuido puede llevarnos a un retroceso. Ahora bien, los valores no tienen precio, son innegociables en cualquier circunstancia. Son nuestros principios. Quien acceda a negociar sus valores se estaría prostituyendo porque sería ponerse precio a sí mismo, y ponerse precio es permitir que los demás pasen por encima de nuestra dignidad humana, algo verdaderamente lamentable.
En estos tiempos de consumo se tiene la costumbre de valorar todo desde el provecho que podemos obtener, y la relación ya no es de persona a persona, sino de consumidor a objeto, y por objeto se toma incluso a la persona en función del propio interés. Esta tergiversación de valores nos lleva a valorar a la persona ya no por lo que es, sino por lo que tiene o produce. Para que los valores se recobren auténticamente habrá que empezar por el respeto irrestricto a la persona humana desde su concepción en el vientre materno hasta su muerte natural, sea cual sea su condición: credo, raza, sexo, cultura, etc.

Que el Señor, que nos enseñó a amar al prójimo como a uno mismo, nos dé la sensibilidad de poner a la persona humana no como medio, sino como fin de cada uno de nuestros valores, tratando a los demás como nos gustaría ser tratados por ellos mismos (Lc 6,31).
Para reflexionar:

¿Por qué es tan urgente rescatar los valores? ¿La persona humana es la parte central de mis valores? ¿A nivel personal, a nivel social y como Iglesia qué podemos hacer para promover la práctica de valores?