domingo, 15 de agosto de 2010

EL ENCUENTRO CON JESÚS

"No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Deus Caritas Est 1). Estas son las palabras de Benedicto XVI que pone en el centro ese suceso maravilloso que transforma la vida de cualquier persona: el encuentro con Jesús. Y solo el cristiano verdadero sabe dar testimonio de tal encuentro.

Pero ¿qué significa encontrarnos con Jesús? Sea lo que signifique, la consecuencia de este encuentro no será otro que un gozo indescriptible que nos lleve a dejar nuestra vida anterior por una nueva en la que tengamos a Jesús como el Señor de nuestra vida. Entonces, Jesús vendría a ser ese tesoro escondido en un campo que al descubrirlo, llenos de alegría, vendemos todo por adquirir ese campo; o bien, vendría siendo esa perla de gran valor y que al encontrarla vendemos todas las demás por adquirir esa perla que es única (Mt 13,44-46).

Sin embargo, aventurémonos en dilucidar qué puede significar ese encuentro con Jesús. Tarea nada fácil para quien, más que haberse encontrado con Jesús, humildemente debe reconocer que todavía, con altibajos, está en búsqueda de Jesús, que ya es una gracia nada desdeñable. Antes que nada habría qué reconocer que nosotros no encontramos primero al Señor, sino que es el Señor quien primero sale a nuestro encuentro. Dice la Carta a los Hebreos "Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros antepasados por medio de los profetas, ahora en este momento final nos ha hablado por medio de su Hijo" (Heb 1,1-2). En efecto, cuando el hombre por desobediencia se apartó de Dios, Dios nunca dejó de venir a su encuentro ni le retiró su amor, amor que halla su culmen al haber entregado a su propio Hijo por nuestros pecados y tuviéramos vida eterna (Jn 3,16). Y en este Hijo, que no es otro sino Jesús, se nos revela el rostro de Dios Padre (Jn 14,9), el mismo que no deja de venir a nuestro encuentro porque nunca ha querido vernos solos, mucho menos enemistados con él.

El encuentro con Jesús marca un antes y un después en nuestras vidas. Nada mejor que el evangelio de Juan para describir cómo en una cadena ininterrumpida sus primeros discípulos fueron pasando la voz a otros dando testimonio de este encuentro que seguramente los había dejado tan fascinados que dejaron sus vidas anteriores por ir detrás de él (Jn 1,35-51). Entonces, el encuentro con Jesús implica necesariamente un cambio de vida, a lo que llamamos conversión. Y es que uno no puede quedar igual después de haberlo encontrado y experimentado la fuerza de su amor que nos da la paz y el perdón, la solidez de su verdad y de su justicia que nos devuelve a la dignidad de hijos e hijas de Dios. No podemos quedar igual porque descubrimos que en cada persona tenemos un hermano hacia el cual ya no podemos quedar indiferentes, porque es en cada ser humano, especialmente en los más necesitados, en donde el Señor busca ser descubierto (Mt 25, 31-46). Ya no podemos seguir igual que antes porque lo que era tan preciado por nosotros, ahora, comparado con Cristo, ya no merece el menor interés (Flp 3,7-8). ¿Qué maravilla de encuentro con Jesús pudo tener san Pablo en su camino a Damasco, que de perseguidor de cristianos pasó a ser el más ferviente anunciador del evangelio de todos los tiempos sin importarle poner en riesgo su vida? (Hch 21,13).

Y por último, un encuentro de tal naturaleza, que se alimenta de la Palabra de Dios y la oración, necesariamente tiene que ser compartido, es decir, nos empuja a la misión. Una buena noticia no puede no ser comunicada. Se anuncia por sí misma. Por eso "conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor al llamarnos y elegirnos nos ha confiado" (Aparecida 18).

Para reflexionar:

¿Cuáles son esos gestos o actitudes que demuestran mi encuentro con Jesús? ¿Qué puede impedir o retardar mi encuentro con el Señor? ¿Aún me escondo del Señor por temor a las exigencias ignorando el gozo sin precedente que me puede regalar?

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